
¿Alguna vez han escuchado a su pareja hablar con su teléfono y sentido que algo no encajaba? La casa duerme. En el sofá, su teléfono ilumina esa expresión que conozco bien: la misma que pone al elegir palabras delicadas para nuestros hijos. Esa aplicación de IA que probamos ahora escribe sus dudas maternas de forma casi perfecta… ¿o demasiado perfecta? Miro cómo deletrea «rabietas» y «límites con amor» en el buscador. En sus ojos hay alivio… pero también algo más. Un eco que vibra bajo la superficie. Qué paradoja tan rara, ¿verdad? Usar máquinas para descubrir nuestra propia humanidad.
Y esta pequeña escena me recuerda otras veces en que la tecnología se ha metido en nuestra familia de formas sorprendentes.
La pereza mental que nos une
¿Recuerdan ceder ante el abrazo rápido de Google para resolver esos ‘por qué’ interminables antes de cenar? Ahora presenciamos otra transición. Una que nos hace intercambiar miradas cómplices cuando el asistente virtual propone la metáfora exacta para explicar la muerte del pez dorado. Extrañamos nuestros torpes intentos de antes. Sin embargo… ¿es pereza delegar en IA lo que nos cuesta articular, o es querer darles lo mejor incluso si no brota de nuestra mente exhausta? Su mano tiembla ligeramente al pulsar ‘Enviar respuestas sugeridas’—yo mismo he sentido ese temblor al mandar un mensaje difícil—. Esa vulnerabilidad compartida creó más intimidad que mil discursos preparados.
Los algoritmos que reflejan nuestros miedos
Ayer la sorprendí escribiendo «soy mala madre» en un cuaderno de notas virtual. Horas después, su feed mostraba artículos sobre autoexigencia parental. No fue coincidencia. Estas herramientas ya no solo organizan agendas—escanean emociones. Cuando el chatbot le devolvió un ‘Estás haciendo suficiente’ exactamente cuando lo necesitaba, sentí envidia tecnológica. ¿Cómo no hacerlo? ¡Yo llevaba 8 años intentando transmitirle lo mismo! Aquí radica el dilema: confiar en que una inteligencia artificial entienda los matices de nuestro agotamiento… o encontrar sosiego porque quizá nadie más lo hace.
Nuestra extraña nueva mediadora
El otro día nuestra hija adolescente compartió más con el tutor virtual que en la cena familiar. Hay tristeza… y alivio en esa verdad. ‘Al menos habla con alguien’ susurró ella contra mi hombro, mientras revisábamos el historial juntos. Ironías modernas: la IA como puente entre mundos que creíamos incomunicables. Esa fría eficacia terminó siendo el espacio neutro donde todos bajamos la guardia. ¿Habremos encontrado inconscientemente a la abuela digital que media en nuestros conflictos? Aun así, su mano buscó la mía al apagar el dispositivo. Pequeños gestos que las máquinas jamás replicarán.
El abrazo posdigital
En el jardín botánico, la app identificó cada planta mientras nuestro hijo contagiaba su asombro. Ella, siempre precavida, guardó el teléfono antes de que el algoritmo terminara. ‘Ahora toca oler de verdad’, dijo. Ahí estuvo la enseñanza oculta: recoger los frutos de la tecnología para luego soltar ramas y seguir creciendo juntos. Las herramientas nos devuelven tiempo—ese inventario precioso donde nacen las risas espontáneas, los silencios elocuentes. Quizá el verdadero equilibrio no esté en cuánto delegamos, sino en qué elegimos recuperar con ambas manos vacías de dispositivos. Como cuando apago el router y veo cómo ella enseña a amasar pan… con harina hasta en las pestañas.
Source: How I Went From Side Hustle to 7 Figures in 12 Months Using These 4 AI Tools (No Tech Skills Needed), Biztoc, 2025/09/13
