
Recuerdo aquella tarde lluviosa en que nuestra hija buscaba información para su proyecto escolar. Mientras tecleaba en la tablet, sus cejas se fruncieron al recibir una respuesta instantánea. ‘¿Para qué pensar si ya me lo dan hecho?’, murmuró.
Nos miramos, ese gesto cómplice que solo entendemos los padres que reconocen una encrucijada educativa. Esta no es otra guía tecnófoba, sino la confesión compartida de dos navegantes aprendiendo a usar el faro digital sin olvidar enseñar a remar.
El equilibrio delicado: herramienta vs muleta digital

En nuestro salón hay dos cajones reveladores: en uno guardamos tijeras, reglas y pinturas; en otro, dispositivos con filtros educativos. La diferencia está en cómo los presentamos. Como aquella vez que aprendieron fracciones usando tanto aplicaciones como frutas físicas partidas.
Los filtros parentales minimizan riesgos, pero nunca sustituyen nuestra mirada atenta a sus reacciones. ¿Recuerdan cuando se cortó el Wi-Fi y descubrimos que nadie recordaba calcular mentalmente la propina? Esas son las lecciones que nos hacen preguntar: si desapareciera la tecnología, ¿qué herramientas quedarían en su mochila emocional?
Conversaciones que construyen criterio

Las cenas se han convertido en nuestro laboratorio pedagógico. Cuando la tecnología responde a sus consultas, jugamos al ‘abogado del diablo’. Primero repiten con sus palabras lo entendido, luego imaginan tres formas alternativas de resolverlo sin pantallas.
Hace semanas construyeron un comedero para pájaros usando diseños iniciales digitales, pero después discutieron mejoras observando aves reales en el parque. Lo revelador fue cuando nuestra hija dijo:
‘La inteligencia artificial sabe mucho pero no siente nada’.
Ahí entendimos que estábamos cultivando lo irremplazable: la capacidad de cuestionar incluso las fuentes más ‘sabias’.
Senderos seguros en el bosque digital

Hemos establecido ‘señales de alarma’ familiares: cuando prefieren consultar en lugar de imaginar, cuando las pantallas reemplazan la experimentación física, cuando aceptan respuestas sin ese brillo escéptico en los ojos.
Nuestro juego favorito son los ‘detectives del conocimiento’: comparamos tres fuentes sobre un tema y debatimos por qué difieren. El mes pasado descubrieron así datos nutricionales incorrectos sobre el aguacate. Fue nuestra hija quien resumió la lección: ‘Las máquinas tienen límites, nuestra curiosidad no’.
Así, entre ensayo y error, practicamos el arte más humano: hacer preguntas que ni la IA más avanzada podría anticipar.
¿Y en su familia? Cuando apagan las pantallas, ¿qué preguntas imposibles hace hoy su pequeña curiosidad?
Fuente: AI app rolls out in SA schools as tech experts warn against ‘dumbing down’, Abc.net.au, 2025-09-15.
