
Los dedos manchados de témpera y los algoritmos

Recuerdo cuando la pequeña descubrió esa aplicación que convierte sus garabatos en castillos animados. Al principio, me alarmé igual que tú. ¿Estaría perdiendo la magia de crear con las manos sucias de pintura? Pero luego te vi sentarte con ella, guiando cómo mezclar acuarelas reales con los efectos digitales.
«La tablet puede hacer círculos perfectos, corazón, pero solo tú puedes decidir qué historia cuenta este dragón», le dijiste. En ese momento entendí que nunca seremos remplazados mientras sigamos siendo los narradores, los que damos significado al color y al caos.
Las conversaciones que florecen entre notificaciones

Confieso que a veces me molestan esos malditos grupos de WhatsApp del colegio que nunca callan. Pero también recuerdo la noche en que encontramos aquel filtro de IA que transformaba nuestras fotos viejas en cuadros al óleo.
Durante horas, revivimos historias de tus trenzas ridículas en los 90 y de mi primera moto destartalada. Los niños rodaban de risa viendo nuestras versiones ‘artísticas’ mientras la tecnología, sin saberlo, tejió un puente entre generaciones.
Esa mirada que ningún robot descifrará jamás

Hay un gesto tuyo que las cámaras nunca capturarán: esa forma en que alzas levemente la ceja derecha cuando el mayor inventa una excusa creativa para no lavar los platos. ¿Cómo traducirían los algoritmos ese lenguaje secreto de más de diez años compartiendo risas?
«Ninguna inteligencia artificial podrá replicar los códigos de amor que tejemos en los silencios compartidos»
Construyendo catedrales con ladrillos digitales
Al final de estas jornadas infinitas, cuando el último dispositivo se apaga hasta mañana, siempre seguimos aquí tú y yo. Quizás mirando ese mismo artículo que nos asusta, pero con los pies entrelazados bajo la mesa.
Mi sueño no es que los niños dominen la IA, sino que nosotros les mostremos cómo doblarla para que sirva a su humanidad. Como aquella vez que programaron un chatbot para que la abuela sintiera menos soledad, pero luego insistieron en visitarla cada domingo con flores reales.
Nuestra tecnología más antigua
Esta madrugada, mientras guardo los celulares para que no nos roben el último trozo de tranquilidad, pienso que nuestras herramientas más poderosas seguían siendo las mismas: tus manos que me alcanzan la taza sin que lo pida, la red de miradas que tejemos alrededor de la mesa.
La verdadera inteligencia artificial sigue siendo esta habilidad nuestra para convertir latidos en puentes. Y eso, amor, nunca necesitará actualización.
