Cómo manejar la ira de adolescentes: desde la mirada de un papá que ha estado ahí

Adolescente expresando frustración con puerta cerrada

Recuerdo la primera vez que la vi quedarse quieta frente a esa puerta cerrada. No era el portazo lo que me llamó la atención, sino ese instante después… ese silencio cargado donde solo se escuchaba su respiración entrecortada al otro lado. ¿Nos ha pasado a todos, verdad? Esa mezcla de impotencia y cariño que nos deja paralizados en el pasillo. La adolescencia llega así: con ruido y con silencios que duelen igual, una mezcla de tradición y modernidad que vivimos en casa. Pero en esos momentos, he aprendido algo que quizá te resuene…

¿Qué se esconde detrás de la ira adolescente?

No son solo hormonas. Detrás de cada «¡déjame en paz!» hay un mar de cosas que ellos mismos no entienden. Estrés por exámenes, amistades que se complican, esa presión constante por encajar…

¿Te has fijado cómo a veces explotan por cosas que parecen pequeñas? Es como el vaso que colma el resto. Como padres, nuestro primer impulso suele ser corregir o callar, pero ¿y si probamos a escuchar primero? Sin juzgar, sin dar consejos no deseados… solo estando ahí.

Validar lo que sienten no es decir que tienen razón, pero sí reconocer que lo que sienten es real para ellos.

Trucos que sí funcionan (y que no son gritar)

Padre e hijo adolescente respirando juntos para calmarse

Te cuento lo que hemos ido aprendiendo en casa. Primero: respirar. Suena simple, pero cuando la tensión sube, a veces nos olvidamos de lo básico. Un «vamos a tomarnos cinco minutos» puede evitar mil palabras de las que luego nos arrepentimos.

Segundo: ponerse en su lugar. No es fácil, lo sé. Pero intentar recordar cómo nos sentíamos nosotros a su edad ayuda a bajar las defensas.

Tercero: los límites. Pero no como imposición, sino como acuerdos. ¿Sabes? Ellos necesitan esos bordes para sentirse seguros, aunque protesten. La clave está en cómo los ponemos: con diálogo, no con decreto.

Pero más allá de las técnicas, hay factores invisibles que alimentan esa frustración…

Esos factores que no vemos pero que importan

A veces, la ira viene de sitios que pasan desapercibidos. Las pantallas, por ejemplo. ¿Has notado cómo cambian después de horas con el móvil? O las expectativas… las suyas y las nuestras. Ellos sienten esa presión aunque no la digamos.

Y luego están las amistades, ese territorio donde todo duele más. ¿Deberíamos ayudarles a hacer amigos? Quizá no directamente, pero sí crear espacios donde puedan conectar sin forzar.

Al final, se trata de observar más que de intervenir. De estar disponibles sin invadir.

Conversaciones difíciles que valen la pena

Padre y adolescente teniendo conversación sincera en cocina

Hablar de sexualidad, de drogas, de salud mental… da un poco de miedo, ¿verdad? A nosotros también. Pero he descubierto que no se trata de tener «la charla» perfecta, sino de crear momentos donde surjan naturalmente.

Un comentario en la tele, una noticia… pequeñas aperturas que dicen «puedes preguntarme lo que sea». Y sobre todo, escuchar. Realmente escuchar. Sin interrumpir, sin llevar la conversación hacia donde nosotros queremos.

A veces, lo que necesitan es desahogarse, no que les demos soluciones.

Y al final del día… ¿qué queda?

Queda eso que sentimos los padres cuando las luces se apagan y la casa queda en silencio. Ese amor que perdura detrás de los portazos y las palabras duras.

He aprendido que manejar la ira adolescente no es sobre controlar sus explosiones, sino sobre mantener la calma nosotros para que ellos tengan un puerto seguro al que volver. No siempre lo conseguimos, por supuesto. Pero intentarlo ya es mucho.

Y cuando miro hacia atrás, veo que esos momentos de tensión se convierten en las anécdotas que después nos unen más… ¿no te ha pasado?

Porque al final, lo que recordarán no será el error puntual, sino la presencia constante… esa que dice «esté como estés, aquí estoy».

Fuente: The WSJ Got Quarterly Reporting Wrong: A Corporate Executive’s Response, Phil Mckinney, 2025-09-20

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