La noche en que vimos brillar la mirada de nuestros hijos: Equilibrio entre tecnología y corazón

Y justo en ese momento, te vi desviar suavemente la pantalla cuando nuestra hija descubrió las historias generadas por IA. Fue el momento en que tomaste los crayones y creaste algo nuevo. Un dragón morado, con alas de colores en constante cambio. ¡Qué chulo!

Le preguntaste: «¿Y si pintamos juntos?». Y así, la IA dejó de ser un intruso, se convirtió en un pincel más. La forma en que haces que la tecnología sirva, nunca domine, es la lección que vas dando a través de la risa de los niños.

Lo que siguió fue: vi cómo te pausaste, viendo que el tiempo frente a la pantalla se alargaba. El ritmo, sin embargo, no lo cambiaste prohibiendo, sino con una pregunta: «¿Y si construimos, con cartón, el castillo de esa princesa digital?».

La hora siguiente fue pura música, y esa risa donde los niños no saben quién es mejor. ¡Eso mola! La herramienta, insisto, es la que nos abre puertas, nunca cierra ventanas.

Y justo en ese momento, la mesa se convirtió en un taller de sueños, la IA, una voz en el coro. La forma en que enseñamos, preguntando, en lugar de dictar, es el regalo más valioso que les dejamos.

¿Cómo nos estamos? Con la certeza de que cada apuesta, cada pregunta, construye el camino. Hoy, como siempre, los abrazos son nuestra guía.

Lo que siguió fue: encuentro, escondida, el dibujo que nos une: testigo de risas. La herramienta no importa. El cómo, nos hace familia.

¿Quién nos guió? Nuestras propias manos, mojadas de creatividad, las que nos enseñan a confiar. En el proceso, en el futuro, en nosotros mismos.

¡Y seguimos creando juntos! Porque al final, lo que cuenta no es la herramienta, sino las risas que compartimos y los abrazos que nos damos al final del día. ¡Eso sí que no tiene precio!