El arte de la crianza con IA: la revolución en nuestras pequeñas rutinas

Familia compartiendo momento en la cocina de noche

Hay esa imagen que se repite cada noche, cuando los susurros ya se han dormido, y la pantalla deja su reflejo en los ojos soñolientos. ¿Qué más preguntas había?, susurra nuestro pequeño, aún con la voz de esa fascinación que le queda cuando la luz artificial se apaga. Y tú, junto a mí, en ese silencio que compartimos sin palabras, revelas esa inquietud que nos gastamos los dos: ¿cómo criamos humanos que todavía sigan queriendo resbalar por las calles mojadas solo para saber qué pasará?

Lo que cambió cuando nadie miraba

¿Recuerdas, amor, cuando coleccionábamos dudas en el libro grueso? Ahora, las pantallas dejaron de ser un mapa para convertirse en el camino. Y sin embargo, a esas 7 de la mañana, cuando el mundo aún está en pijama, ahí está nuestra revolución: tu voz de paciencia, preguntando: ¿Y tú, qué crees… antes de buscarlo, corazón?

Esos segundos, queridos, donde se escucha el roce de la cuchara contra el cereal, son los que construyen las mentes críticas: esa que nos regala, cada día, un niño que es capaz de sospechar que la respuesta perfecta, tal vez, no es tan interesante.

Cuando el cielo es azul y se nos hace de papel

Me reía pensando en la semana. La última pregunta del ¿por qué…? que venía, persistente, idéntica. Y esa ingeniosa, maravillosa respuesta, mientras sacas un vaso y un poco de leche. ¿Por qué? Pues, ahora, vamos a ver…

Los dedos manchados, el experimento casero, la risa cuando la explicación se desbordó… Y la IA redactando su respuesta perfecta, sin saber que su mejor batalla la estaba perdiendo, precisamente, en nuestra cocina. Así que sí, amor: lo que sacas, entre las tazas y los deberes sin terminar, es la revolución: el permiso para equivocarse, y mancharse las manos en el proceso.

Hoy descubrí que lo que tú guardas en la cocina, es la mayor tecnología: el mundo que se puede tocar, desorden, y todo lo que eso, arrastra.

El territorio físico que se convierte en refugio

Después de la cena, cuando los niños se acercan con el susurro de cuéntanos otra vez, sin pantallas… Ese, es el momento que nos hemos empeñado en proteger. Y, desde la cocina, mientras preparas, con la misma mano que se frotó la leche del cielo, la merienda que les da la vida, se me hace claro que lo que estamos salvando, no es una respuesta, sino el espacio para formularse la pregunta.

Quizás, el mejor secreto, haya sido el domingo: la lluvia, que ha convertido el salón en nuestro territorio inviolable. Y, por eso, seguimos, amor, escribiendo, como cada día, el manual del que no existirá, en el que aprender a convertir la tecnología en un invitado, pero jamás, en el dueño de la casa.

Porque nos ha quedado claro que, al final, lo que importa no es la IA. Sino lo que tú, como gran experta en lo que no se puede programar, eres: profundamente, inmensamente, humana.

Y hablando de este equilibrio, un artículo reciente en The Conversation profundizaba en esta idea: «How generative AI is really changing education by outsourcing the production of knowledge to big tech», publicado el 29 de septiembre de 2025.

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