
Hubo una tarde de sábado que quedó grabada. Los niños jugaban en el suelo rodeados de juguetes tecnológicos. La IA les dibujaba un castillo perfecto en tres segundos, ¡pero fíjate! Ellos seguían ahí, concentradísimos, con sus manchitas de pintura y el arco de acuarela medio torcido…
En ese momento decidimos, ¿no lo sentimos juntos? Que la tecnología se siente en la mesa sin invadir la conversación familiar.
¿Qué nos hace falta cuando la tecnología todo lo sabe?
En el mundo de hoy, los sistemas avanzan procesando miles de datos en un segundo. Pero ¿qué hace falta realmente para que nuestra pequeña siga inquieta? Esa que pierde noches preguntando por qué los tiburones no vuelan al colegio…
La respuesta la tenemos a un metro de distancia: cuando los niños están en el jardín y nos ven, a los dos padres, compartir silencios un plan de juego. En esas pequeñas estrategias, coordinamos como nadie en equipo. En los abrazos dados, potenciamos conexiones que ningún algoritmo calculará…
¿Qué hace que su risa sea más valiosa que el código más perfecto?
¿Dónde está la esencia? La IA no tiene risa de pijama aún cuando les cuentan la historia de una princesa lunar que se peina con estrellas…
En esos momentos, en la casa, se escucha lo que ningún algoritmo procesa: la risa que surge de un dibujo que es un gato, pero también un perchero caído, porque la creatividad no tiene margen de error. Ese territorio donde se forjan, con nuestros seguimientos, superpoderes humanos.
Según estudios, los niños aprenden mejor cuando los espacios de aprendizaje son abiertos y creativos. En lo que se da en la cocina de manchas, allí donde los padres y el robot se unen para que ellos aprendan a ser, antes que todo.
¿Cómo cuidar, entre los dos, esa chispa?
¿Cómo lo hacemos? En la mesa del comedor, la mitad de la superficie está para los deberes y la otra para la mancha… Del espacio para que los niños exploran el mundo sin límites.
La tecnología pierde cuando no se baila, porque los niños necesitan aprender a ser humanos antes que usuarios
La revolución está en la colaboración, que no está en la pantalla de un supercomputador sino en nosotros, como equipo. En los pequeños detalles diarios.
Y el futuro, ¿qué será?
¿Lo que nos espera? Un mundo en el que la IA será un compañero, no un maestro. Pero en el camino, nuestros hijos son los que deban saber cómo construir castillos, tanto con los robots como sin ellos.
En ese momento, cuando nos miramos y nos damos cuenta de que no hay un superpod, sino que somos el motor de creatividad, identidad, y humanidad. Esos niños que juegan, que crean historias, que preguntan por qué.
¿Cómo lo hacemos?
¿Hay un paso a paso? No, pero sí hay un camino:
- En la hora del baño: Dejamos que la pregunta navegue. La respuesta, cuando la tienen ellos, es el aprendizaje.
- En el camino al cole: ¿Qué le hace falta? ¿Cómo lo haríamos mejor? Los niños, los ingenieros del futuro.
- En la cocina: Con los dedos aún manchados, los niños construyen. Los robots perderían porque no hay reglas.
Fuente: Huawei Connect 2025: Everything I didn’t know about Huawei, TechRadar, 2025-09-29