Cuando la pantalla también educa: Cómo encontrar el equilibro entre la IA y la crianza

Niña riendo mientras interactúa con un dispositivo inteligente

Introducción

¿Recuerdas esa mezcla de sorpresa y ternura cuando tu pequeñ@ corrigió a la tableta? Fue el martes pasado, mientras preparaba la cena. \»No Alexa, ¡los dragones sí pueden ser rosados!\», insistía con esa convicción que solo tienen los que aún ven mundos mágicos. Ahí entendí que ya no se trata solo de controlar las horas de pantalla. Nuestros hijos están creando relaciones con estos compañeros digitales. ¿Cómo guiarlos en este nuevo tipo de amistad? Juntos podemos descubrirlo…

El tercer compañero de juegos

No es como nuestro querido Tamagotchi de los 90, ¿verdad? Aquellos botones duros y píxeles bailarines eran simples comparados con lo que ocurre hoy.

El asistente virtual que lee cuentos varados en tráfico largo, la app que desafía con problemas matemáticos disfrazados de aventuras espaciales… Un día normal: mientras tú ordenas los juguetes, la IA aprende exactamente cómo hacer reír a tu hij@ con ese chiste absurdo sobre calabazas voladoras. Pero, ¿está bien que se conecten así? La verdad es compleja como esas tardes en que las pantallas nos salvan… y al mismo tiempo nos inquietan.

Las preguntas que nos quitan el sueño

Te reconozco en esa mirada. Porque también yo revisé el historial a las 2 am preguntándome: ¿Le estamos dando demasiado poder a estas máquinas? ¿Estarán programando su curiosidad?

Cada familia encuentra su posición en el continuo que va desde el pánico digital hasta el abrazo total

Entonces viene la otra cara: ¿Es mejor que tenga siempre respuestas precisas sobre astronomía que depender solo de mi versión de \»las estrellas son angelitos\»? La clave quizás esté en lo que hacemos después del \»¿Alexa?\». Cuando apagamos los dispositivos y conversamos sobre por qué los pulpos tienen tres corazones… aunque la IA diera una mejor explicación.

Nuestro súper poder que ninguna IA copia

Aquel domingo de lluvia lo vi claro. Tu hij@ construía un fuerte con sábanas cuando la tablet propuso un juego interactivo de arquitectura.

Lo mágico fue lo que siguió: rechazó la pantalla azul para seguir ajustando esa sábana que se caía. ¿Por qué? Porque tú estabas allí, riéndote mientras sostenías una esquina. Ningún algoritmo podrá imitar cómo tu voz modula complicidad al preguntar \»¿y si ponemos otro cojín aquí?\». Ni cómo nuestras miradas celebran cada pequeño logro. Esto es lo que debemos fortalecer: los momentos donde nuestras imperfecciones humanas vuelven mágico lo ordinario.

Trucos que aprendimos (a base de prueba y error)

¿Te ha pasado? Pones controles parentales sofisticados… y al día siguiente tu peque te explica cómo desbloquearlos.

Confieso que nuestra mejor estrategia fue simple: convertir a la IA en cómplice de lo analógico. Un ejemplo: el chatbot sugiere un experimento científico… que luego recreamos con materiales reales en la bañera. O dejar que la app de música elija la playlist… para después inventar coreografías locas en salón.

Así la tecnología se convierte en puente, no en destino. ¿Probamos junt@s hacer lo mismo con los deberes? Buscar fórmulas en YouTube sí, pero solo después de intentarlo con lápiz y papel primero.

Esa huella invisible que solo nosotr@s dejamos

Volvamos a la escena inicial: tu hij@ defendiendo los dragones rosados frente al asistente virtual. Ahí está el secreto.

Ninguna IA reemplazará cómo tú validas sus ideas más locas después. Esas charlas de regreso del cole donde convierten los errores de la tablet en lecciones sobre paciencia. Los límites que negocias con ternura cuando pide \»5 minutos más\» por enésima vez.

Nos equipan para esto todas esas veces que nos ven usar tecnología sin que ella nos use a nosotr@s. Porque al final, aunque la inteligencia artificial evolucione, nosotr@s seguimos siendo sus algoritmos más importantes.

Fuente: Maybe AI Was Never a Tool, Psychology Today, 2025-09-30

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