
¿Recuerdan cuando el único temido ‘sin conexión’ era el router? Hasta el amigo de la esquina se aterró. Pues ahora los gurús de software extienden el grito: ‘¡Adaptémonos a la IA o corremos el riesgo de extinguirnos!’ Parece trailer de ciencia ficción, pero el mensaje es real: en uno o dos años, las empresas que no crucen el puente entre sus productos y la inteligencia artificial perderán fuelle. Entonces, ¿por qué importa a una mamá o papá que sueña con que su peque agarre la cuerda antes que el mando? Porque ese mismo oleaje llega al parque, al cole, al salón… y a su corazoncito. Traduzca la alerta en brújula: no se trata de incrustar chips a los niños, sino de cultivar su capacidad de adaptación para que despeguen con esperanza, curiosidad y una pizca de picardía.
¿Cómo afecta la IA a las familias? De la nube a la casa: la misma tormenta, distintos paraguas

Las empresas de software aprendieron con la era cloud que quien no evoluciona, gana menos dinero. Según Forbes, ahora ven la IA como ‘un momento de extinción masiva’: lo que automátiza y aprende sustituye flujos enteros de tareas. La moraleja no es ‘tecnología sí o tecnología no’, sino ‘adaptarse o quedarse fuera’. En el número veinte de la lista Cloud 100 hay startups que ya no venden figuritas sueltas (funciones aisladas), sino resultados: recomendaciones que se afinan solas, mantenimiento que predice, análisis que resuelve.
¿Qué tiene que ver esto con el desayuno familiar? La tormenta es la misma: el mundo cobra velocidad, y el modelo educativo clásico (asientos, tablas, memorizar) corre parecido riesgo que el viejo SaaS. La buena noticia: en casa el ‘precio’ de innovar es cariño, no cartera.
Siguiendo esta idea, la semana pasada la pequeña, camino al colegio, preguntó si Alexa sería su amiga invisible. Sonó inocente, pero revela algo poderoso: ella ya habita un entorno donde los asistentes conversan. El propósito no es sacarle la tableta para aplacar la pregunta; es acompasarla: explicar que detrás de esa ‘voz’ hay personas diseñando, probando y corrigiendo. Cuando los adultos mostramos cómo funciona tras bambalinas, los niños aprenden a distinguir entre herramienta magia y herramienta responsable. Así se construye el filtro, no el miedo.
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Si la IA desplaza ciertas tareas, los estudios de ETHRWorldSEA muestran que el valor humano migrará a creatividad, comunicación y agudeza emocional. Parece receta de abuela: dosis generosa de empatía y una pizca de humor. Hagámosla junto a los peques.
1. Experimentación seguida de pausa reflexiva
Algo tan sencillo como buscar con ellos ‘cómo funciona un rascacielos’ y luego construir uno con palitos de helado potencia dos áreas: manos (motricidad, paciencia) y mente (plan, curiosidad). Software leaders insisten: la ventaja no es quien más datos tenga, sino quien mejor experimente. En la mesa de casa, lo mismo: ensayo y descansito para pensar ‘¿qué mejorarías la próxima vez?’.
2. Historias, no solo respuestas
La IA ‘devuelte’ en milisegundos. Valor distintivo: saber contar qué significa ese resultado. Probar con los peques la mini-historia de ‘las patatas que querían viajar’: se pelan, se cuecen, se pintan como globos, se inventa un final. Narrativa = conexión neuronas + alma.
3. Gestión del riesgo lúdico
Los líderes deben enseñar al equipo a confiar sin sobre-confiar. Con tu hijo, puedes hacer ‘el juego de los tres chequeos’: ¿eso que acarrea la red obedece a fuentes variadas? ¿hay adulto cerca? ¿entiendes tus propias emociones al respecto? Si falla un paso, volvemos a tiza. Humilde y risueño.
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Los SaaS que prosperarán saltarán de cobrar ‘por asiento’ a cobrar ‘por resultado’. Aplícalo al vínculo padre-hijo: medir menos horas de pantalla y más momentos de chispazo: ¿conseguiste hacer reír a alguien hoy? ¿resolviste un problema con tu hermano? En este rediseño, la IA pasaría de villana a aliada: ayuda a traducir cuentos, abre mapas astronómicos, sugiere acordes de guitarra para tararear juntos. El truco es que papá y mamá siguen siendo la capa humana que decide, pone límites y da sentido.
Ejemplo rápido: durante la merienda, le muestras al peque una app de dibujo con asistencia. Línea torcida → la app endereza. Entonces propones un desafío: ‘Ahora dibujemos sin ayuda y comparemos emociones’. Se ríen del temblor, se abrazan por el esfuerzo. Igual que los nuevos ‘chief AI officers’ que se inventan en las empresas para no dejar la IA en el laboratorio oculto, en casa tú eres el ‘CAIO’ (Chief Affection & Insight Officer). El título no brilla en la puerta, pero el impacto se nota en la cena.
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Caminata de las cinco preguntas
Una vuelta al parque con mochila ligera: cada 50 pasos el niño pregunta ‘¿por qué?’ a algo que ve (¿por qué el perro lame el poste? ¿por qué el cielo naranja al atardeer?). Tú respondes con un dato breve y lanzas otra pregunta a cambio. Juego de ping-pong que entrena mente inquieta; la misma que las compañías premian cuando automatizan lo repetitivo.
Cocina-código
Prepara una ensalada ‘si / entonces’: si metes tomate, entonces prueba vinagre; si no, añade fruta. Planteamiento lógico sin pantallas. Luego, cuando uses por primera vez un conversor de voz a texto, el crío lo verá como una extensión natural de la lógica ‘si entonces’ que ya degustó.
Horizonte de cuento
Cada mes, elige un cuento corto y pide ‘mejóralo con magia digital’: graba la voz cambiada, pone música libre de derechos, proyecta la sombra con una linterna. La ‘magia digital’ ya no es mal visto; es el pincel, mientras la historia sigue siendo la obra maestra humana.
Reflexiones finales: Preguntas que cuelgan en el aire… y alivian la sobremesa
– ¿En qué momento de hoy sentiste que la tecnología te hizo más humano?
– Si tu juguete favorito ganara voz y opinión, ¿qué valor te pediría que conservaras? Piensa en cómo ese valor humano migraría a creatividad y conexión emocional.
– ¿Cómo podríamos usar la IA para ayudar a un vecino sin que parezca truco de feria?
No busques respuestas inmediatas. El secreto está en dejar la pregunta flotando, como el aroma a limón que perdura después de exprimir. Regresa a la charla en otro día; verás cómo la mente del niño ha cocinado una respuesta que ni él sabía que guardaba.
Adaptarse a la IA es, en el fondo, adaptarse a la esperanza: enseñar que el cambio no extingue si se abraza con creatividad, valores y comunidad. Las nubes del cambio cubren el cielo, pero bien acogidas alimentan sueños. ¡Manos a la obra (y abrazo incluido)!
Fuente: How Software Leaders Need To Adapt To AI — Or Risk Going Extinct, Forbes, 2025/09/03 10:30:00
