
Hay una tarde que se repite en casa con la misma mágia—aquella donde los niños abren su caja de tesoros y nosotros, sin saberlo, nos encontramos en el medio de la tormenta de cartón coloreado. La mirada de los padres, cómo la veo en ese momento, enciende algo más allá de los materiales brillantes. ¿Cómo ellos, sin darse cuenta, están enseñando a resolver problemas? Esa es la pregunta que nos llevamos, los padres, a la hora del té, cuando la noche viene a guardar los lápices.
La creatividad que no necesita caja
Recuerdo aquel domingo—siempre es domingo—en que los niños buscaban cartón, tijeras, restos. ‘¿Y qué hacemos?’, soltó el más pequeño, mirando a uno de los padres con la frente en la luz. Ella no respondió. En vez de eso, tomó una caja de zapatos vacía y la dejó en el centro.
La casa se calmó por un momento, y entonces ella preguntó: ‘¿Cómo crees que podemos transformarla?’, con una voz de quien sabe que no hay que darles las respuestas hechas. La lección de ese día, entre nosotros los padres, era que no necesitamos materiales caros. Solo que el espacio de juego—igual que la mirada que les da—no esté lleno de juicios.
La creatividad, dicen, es resolver problemas. Pero ¿qué tal? En la primera edad, los niños son maestros en eso. Un adulto lo veo: cuando se les permite intentar, cometer errores, hasta que se vuelve el lenguaje.
En ese momento en que la torre de cartón cae, y los padres no corrigen, solo sostienen—esas manos que se acercan a recoger, quien sabe que ahí está la siembra
El juego de las palabras que arman mundos
Hay una distancia que en la casa de uno se hace música—y no es la que habla a los niños, sino a la que nos escuchamos los padres. Esa vez que los padres, sin darnos cuenta, inventaron el juego de describir las nubes con palabras que nunca antes habíamos dicho. La puerta, no sé, se abrió a un mundo nuevo.
Empezamos con ‘nubecosa’, ‘cotónmento’, hasta que los términos se convirtieron, no sé, en una especie de código para que la vida diaria—algo que les enseñamos juntos, como padres, significaba creatividad. Porque no se trata de decirles a los niños ‘cómo’, sino de: ¿qué te gustaría que fuera?’
La curiosidad, la herramienta—la que nos ofrece la mirada de los padres, al ver que no hay que decirles que salga, sino que se sienta seguro para que el mundo salga, poco a poco, a través de su voz. En lo que se descubre, empieza la magia.
Cuando la mamá se convierte en el mejor lienzo
Hay una historia que se repite en la casa—y es la que pasa cuando los niños y nosotros, padres y madres, al final de la tarde, estamos en la mesa. La charla, que no, ya no es de la cena, sino de lo que sucedió en el mundo imaginario.
Sabemos que la pregunta correcta, en vez de ‘¿qué hiciste hoy?’, es ‘¿qué mundo inventaste hoy?’. No es una técnica, sino una manera de abrirse antes de la rutina.
He visto, después de la mirada de los padres cuando los niños sintieron, que no había que pintar dentro de los márgenes. Eso, lo que se mejora, sin darnos cuenta, es que la creatividad no se enseña, simplemente—se acompaña.
Y hablando de herramientas creativas, ¿qué pasa con el mundo digital?
Las pantallas que no apagan, sino que enseñan
No se trata de los minutos, pero sí de la calidad—que dicen, ¿no es cierto? En el mundo digital, en que la tecnología es parte de la vida. En la casa a veces, los padres nos sentamos, pensando, que si se les permite a los niños, entonces, cómo limitar la pantalla.
Pero la respuesta—no, la que no se espera—es la que nos enseñó la práctica de los padres. En vez de la prohibición, usar la tecnología como herramienta para crear. Mientras, por ejemplo, en la casa, se graban un video entre ellos mismos, contando una historia que se inventaron.
O cuando los padres proponen hacer un video de cómo se hizo un cuento. En vez de la pantalla, se convierte en el lienzo digital. Así, la creatividad, además, se mantiene, pero en la manera que se les permite, a ellos, a descubrir, integrar, y crear, sin límites.
La creatividad—el secreto, en la casa misma
Al final, la noche cae sobre la casa. Y los niños, los padres, los abuelos—todo lo que se ha quedado, es la sensación que no se siente, pero que se sabe.
La creatividad, dicen, no es una habilidad, sino una forma de ver la vida. En ese momento, en que los padres y los niños se sientan a ver la luna de cartón, colgamos la idea. La idea no es que los niños sean los artistas, sino que sean los padres quienes miren el mundo como algo nuevo
Porque, al final, es la misma creatividad, la que nos permite a nosotros como familia abrirnos camino, y encontrar, a la vez, la manera de sembrar, en el futuro, la semilla de la creatividad, sin que se diga, sin que se note.