
Se han fijado en esa pausa que nuestros hijos hacen antes de mirar el teléfono? Esa media sonrisa que se disipa cuando los zumbidos de la tarde se multiplican. Como padres, nos pasa a veces, ¿no? Sentir que la tecnología no es solo una herramienta, sino que se convierte en un invitado silencioso en la mesa familiar. Claro que nos preocupa que hagan un mal uso, eso es normal. Pero también hay que reconocerlo: hay que encontrar un equilibrio entre lo que nos conecta y nos separa… y ahí, ahí es donde la verdadera habilidad de ser padres se pone a prueba.
La fuerza de lo que no se ve
¿Qué sintieron ustedes cuando vieron, por primera vez, a sus hijos navegar una aplicación con más naturalidad que nosotros mismos? A veces dan ganas de decirles que paren, ¿verdad? Pero la verdad es que hay que enseñarles a gestionar los dispositivos de manera adecuada.
¿Se ha parado a pensar en lo que significa para ellos cuando les ven que no sabemos cómo hacerlo? Nosotros, los padres, los adultos, somos esa brújula, ese punto de referencia. La clave está en educar, no en prohibir.
¿Y en ese proceso, descubrirse preguntando: qué ejemplo estamos siendo nosotros mismos cuando nos vienen con los ojos puestos en nuestras pantallas?
Los límites que son abrazos
¿Les ha pasado? Que estén jugando, absortos, y que de repente levanten la mirada y nos pidan que seamos ese tiempo que no se mide. Hay que establecer momentos sin tecnología.
Los peligros del uso excesivo, las redes sociales y los videojuegos son realidades que hay que mirar, pero también hay que entender el por qué, ¿verdad? Porque los límites que no son castigos, sino que se conviertan en el espacio para compartir una risa, o para contar historias antes de dormir, son los que alimentan el alma. ¡Esa conexión, esa risa compartida… eso es lo que de verdad importa!
Lo que no se enseña pero se aprende
Hay que tener cuidado con esas aplicaciones que piden permisos, sí, pero más importante que decirles a nuestros hijos qué no deben hacer, es enseñarles a protegerse.
¿Se ha parado a pensar en cómo nos ven ellos cuando compartimos en exceso en las redes, o cuando nos olvidamos de que hay que nunca compartir información personal? Esto es un aprendizaje mutuo. Las familias somos el primer filtro, como bien señalan expertos en tecnología hospitality.
Al final, se trata de eso, ¿no? De encontrar ese punto donde la tecnología suma, no resta. Donde las pantallas no apagan las sonrisas, sino que, a veces, hasta las encienden. Porque el mejor filtro, el más importante, siempre será el nuestro: el del cariño, la confianza y esos abrazos que no necesitan WiFi.