
Imagina esa tarde. Los niños corriendo, sus manos en el aire, persiguiendo algo que apenas se divisaba en el cielo. ¿Un dron, una cometa? No importa. Su alegría como un himno llenando el espacio verde. Y mientras, en ese equilibrio perfecto, historias, meriendas (o como decimos en casa, ‘yori time’ para un tentempié rápido) y secretos tecnológicos. En esos momentos silencios, cuando la noche se ha instalado, me doy cuenta de lo sagrado de este tiempo compartido.
Encuentros mágicos en el día a día
¿Qué queda en la memoria? Los pedazos de tiempo. Como cuando ella transformó un dispositivo móvil en un sueño de aviones con una sola mirada cómplice.
El niño respirando, imaginando, construyendo mundos desde su propia mente. Su arte es este: convertir lo cotidiano en una conversación. Como en el supermercado, cuando la aplicación falla pero surge un juego de números.
La danza del equilibrio entre pantallas y abrazos
En la sombra, las horas. ¿Cómo manejar cuando la pantalla interfiere con la tarea? Ella usa la misma técnica que el pediatra enseñó para calmar heridas: delicadeza y presencia.
Son los pequeños detalles, esos momentos cotidianos, los que realmente suman y fortalecen nuestra alegría.
Y entonces, ¿qué reglas ponemos con las pantallas? ¿Qué límites construimos juntos? La tecnología, como un dron en el cielo, que se eleva pero no se ve.
La tecnología que nos impulsa a volver
En el rincón la escuché explicar con pasión la última tecnología, convirtiéndose en recuerdo casero. El niño mirando con la misma curiosidad, creando e imaginando.
La tecnología como puente al mundo exterior y ancla al hogar.
Los tesoros en la sombra
En el silencio nocturno, cuando la luz de la computadora todavía se refleja, reconozco la fuerza de lo pequeño. La tecnología que nos enseña a adaptar rutas, encontrando en el equilibrio digital una nueva manera de crecer juntos.
Gracias por cada tarde en el parque, por cada noche reorganizando, conectando, desconectando. Descubriendo que el camino se construye con gestos que nos unen.
Sigamos volando, mano con mano, con la certeza de que nuestro verdadero equilibrio—ese calor que nada puede reemplazar—siempre está en casa. Porque al final, lo que más importa no es la tecnología que usamos, sino las risas que compartimos y las manos que sostenemos en el camino.
Fuente: Autonomous Drones Research Report 2025, GlobeNewswire, 2025-09-29