Esa tarde tranquila, ya saben cómo es, mientras los niños juegan absortos ante una pantalla, quizás compartimos la misma mirada reflexiva. ¿Cómo navegar estos tiempos digitales sin que el corazón humano quede a la deriva? Esa pregunta que nos une a tantos padres…
La tecnología como herramienta, no como destino final
¿Recuerdan esa pregunta infantil que nos sorprende? «¿Cómo sabe mi tablet lo que me gusta?». En ese momento, cuando transformamos el algoritmo en una aventura de aprendizaje. Ahí, en ese espacio compartido, nace lo más importante: enseñamos tecnología como lo que es –herramienta creada por mentes soñadoras– y no como un dios infalible. La mejor manera de hacerlo: cuestionar, explorar, hacer juntos el «¿por qué?» de la máquina. Así, convertimos los algoritmos en aliados de la curiosidad natural.
Humanos que enseñan a humanos
Algo que solo se transmite al abrazar: la mirada que reconoce el dolor aunque no se vea. Por eso, la tecnología más inteligente necesita un complemento humano: enseñar a nuestros hijos ese momento mágico cuando apagamos la pantalla para compartir una risa real. Esa conversación a la hora de cenar sin dispositivos. ¿Cómo se hace? No con recetas, sino con momentos cotidianos: el límite amoroso, el ejemplo al usar nuestro teléfono…
El corazón crítico: educación en la era digital
¿Qué nos dicen los expertos? Que los niños superarán nuestro conocimiento tecnológico, pero nuestra labor es enseñarles a pensar como humanos. Al usar ChatGPT para investigar tareas, no dejamos que copien respuestas. Les enseñamos a preguntarse: ¿Es esto realmente cierto? ¿Podría estar equivocado? Así, la tecnología se convierte en gimnasio para el cerebro crítico: donde se aprende a cuestionar, crear y empatizar.
Creatividad: el antídoto contra la pasividad digital
Ahí donde la tecnología promete todo, la educación verdadera se enseña con la mano: «Hagamos un cuento digital», convirtiendo la pantalla en lienzo. Así, cuando los niños mezclan dibujos con aplicaciones… ¡La tecnología no es la maestra, sino el pincel que usamos para pintar creatividad. Y lo que aprenden es claro: las personas somos las que creamos.
El abrazo que las máquinas nunca pueden imitar
Al final del día, cuando apagamos los dispositivos, abrazamos. Y en ese momento, enseñamos lo más importante: que no hay algoritmo ni inteligencia artificial que pueda igualar al corazón humano. El calor del abrazo es nuestra mejor tecnología.
La última lección: recordamos, por más que avance la máquina, que somos nosotros la tecnología imprescindible.
Fuente: Kingspan chases Magnificent Seven energy with plan to float unit riding on AI boom, The Irish Times, 2025-09-27