El equilibrio silencioso: cuando el trabajo y la familia se entrelazan en la cultura coreana

\"Ventana

Ya pasó el último metro frente a nuestra ventana. Las luces del edificio de enfrente casi se han apagado todas, y los niños duermen con ese abandono tan bonito, ¿verdad? Cuando el sueño los gana antes de terminar el cuento. En tu mano, aún sostenida en el aire, veo el movimiento de quienes escriben notas mentales en plena oscuridad. En ese momento recuerdo las joggakbo, esas telas coreanas que mi abuela hacía, nunca un lienzo completo sino retazos cosidos con paciencia, tan resistentes como hermosos.

La costura de los días imperfectos

Dicen que en la tradición coreana, el verdadero valor de la joggakbo estaba en la imperfección de los hilos. En la oficina eres gerente, pero aquí, en este momento callado de la noche, me reconozco ante el arte de la perseverancia amorosa. No es un gran diseño, son esos pequeños hilos.

Los fermentos del amor no visto

\"Jarras

En Corea, las jangdokdae eran las hileras de jarrones donde fermentaban lentamente el kimchi y el doenjang. Silenciosamente, trabajando sin prisa. Ahora, al mirar tus notas en el refrigerador, veo el mismo cuidado. Cada una de esas pequeñas instrucciones para el día siguiente…

La verdadera jangdokdae es la que construyes cada día, fermentando a través de generaciones la sabiduría de nuestras madres coreanas.

Proverbio coreano: ¿Qué sería de un banchan sin su compañero? A veces, son esos pequeños acompañamientos, las pequeñas costumbres que nos mantienen unidos. A veces, es esa taza de té de arroz tostado que siempre está a medio camino cuando llego, la manera de guardar el ‘sujebi’—sobras de la sopa—en el estante con un papel de mensaje: ‘Estamos aquí, aunque no seamos perfectos’.

El kimchi sabe mejor en el tiempo, lo sabemos. Decimos, en Corea, que la vida es una preparación, no una receta. El último momento, antes de la cama, veo tu rostro iluminado por la pantalla del móvil. En los ojos, también el ‘nunchi’, esa capacidad que has desarrollado para ver mis necesidades. La cultura vive en el hogar, convertido, a veces, en apartamento, pero en el que se mantiene, a través de tus manos, la misma llama que nos une.

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