
Hoy, con este frescor suave de finales de septiembre que se cuela por las ventanas empañadas, mientras el café humea en mi taza en ese silencio dorado tras despedir a mi niña en la puerta del cole – esos metros que recorremos juntos viendo cómo crece su sombra bajo los árboles del parque –, leí una frase que me hizo soltar la cuchara: «El algoritmo no gana la carrera; gana el humano».
¡Y vaya si resonó en mis huesos de padre! No hablaba de negocios, sino de nosotros, de esas noches en vela preguntándonos: ¿cómo preparar a nuestros pequeños para un mañana lleno de máquinas brillantes?
La humanidad de nuestros hijos será su brújula más fiable.
¿Amenazan las apps ‘mágicas’ la creatividad infantil?

¿Os ha pasado? Esa emoción al descargar la última app educativa que promete enseñar inglés antes del desayuno o matemáticas antes del parque. ¡Yo mismo he caído! Recuerdo cómo mi hija, en esa etapa donde cada «¿por qué?» suena como una canción infantil, se encandilaba con los dibujos animados parlantes de una app. Pero un día, mientras intentábamos resolver juntos un rompecabezas digital, soltó: «Papá, ¿y si lo hacemos con los bloques de madera de abuelo? Allí podemos inventar historias». ¡Boom! Como un jarro de agua fría.
Las apps son como aquel GPS que nos guía a la playa: práctico, sí, pero ¿quién recuerda el viaje emocionante de perderse buscando el mejor churro con chocolate?
Los algoritmos resuelven, pero no cultivan el alma.
Cuando priorizamos la conexión sobre la corrección instantánea – ¡Mira cómo lo intentas, qué valiente eres! frente al «La respuesta es 7» –, ahí sembramos la verdadera semilla del futuro. Porque créanme, ningún botón puede replicar el brillo en sus ojos cuando descubre que fallar es parte de volar.
¿Qué regalo nunca robará la IA? Nuestro tiempo y humanidad

En España, decimos que «el tiempo es oro», pero en realidad es mucho más valioso: es el abrazo que dura mientras se prepara la cena, es la risa compartida al mezclar arroz con algas en nuestra olla familiar (sí, mezclamos sabores coreanos con las recetas de mi suegra gallega, ¡y qué fiesta de sabores!). La noticia habla de empresas que tratan a la IA como su única ventaja… pero ¿y nosotros como padres? ¿otro taller de robótica? ¿más minutos de pantalla «productivos»?
Sin embargo, ese domingo reciente lo confirmó: mientras caminábamos al río, mi hija empezó a inventar un cuento sobre hormigas astronautas. ¡No usó ni un solo dispositivo! Solo su imaginación, mi mano sosteniendo la suya, y el viento contándoles secretos.
Esos ratos «desorganizados», donde no planificamos nada salvo sentirnos vivos, son los que tejen la tela de su confianza.
Porque aunque la IA procese datos a la velocidad del rayo, jamás entenderá por qué un «Te quiero» susurrado al oído mientras se arrima a tu pecho al anochecer, vale más que mil megabytes de información.
¿Cómo criar innovadores en lugar de simuladores?

«¿Para qué sirve la inteligencia artificial, papá?», me preguntó mi niña mientras dibujaba un robot con cara de gato. En vez de darle una charla técnica (¡menos mal que aprendí en mis viajes que explicar bien es como guiar a un amigo por una ciudad nueva!), la invité a crear juntos. Buscamos cómo haría un robot para ayudar a abuelita en su huerto. ¡Imaginen la escena: colchones de espuma como tierra, palitos de helado como plantas, y sus manitas diseñando «ayudantes verdes»!
La clave no está en programar apps, sino en alimentar esa chispa innata de preguntar «¿y si…?» que tienen los pequeños.
En nuestras escuelas, con esas tardes largas bajo los olivos del patio, vi que cuando los niños colaboran para resolver un conflicto en el juego – «¿compartimos la pelota o creamos un nuevo deporte?» – cultivan habilidades que ninguna IA dominará: empatía, negociación, coraje para probar lo nuevo.
Aquí está el milagro: cuando enseñamos a nuestros hijos a usar la tecnología como una brújula, no como un destino, les regalamos la mayor ventaja: pensar con el corazón y actuar con manos creativas.
¿Cómo integrate la tecnología sin perder el rumbo familiar?

¡Ay, la batalla de las pantallas! Como padre bilingüe criado entre dos culturas, sé que el secreto no es prohibir, sino integrar con amor. Ahora mismo, usamos la IA para planear nuestras escapadas familiares: analizamos datos del tiempo (¡gracias a mis años leyendo números!) como si fuera un juego de adivinanzas meteorológicas.
Pero la magia ocurre después: cuando apagamos el tablet y convertimos esas coordenadas en una búsqueda del tesoro real entre los puestos del mercado. Acá en nuestras calles, donde el olor a pan recién hecho se mezcla con el murmullo de las plazas, descubrimos que el equilibrio es como el buen vino: necesita tiempo para respirar.
Establecemos límites con alegría: «Dos capítulos en el tablet, luego dos capítulos explorando el jardín». Y cuando surge el miedo – ¿Y si el trabajo de papá lo sustituye una máquina? – lo transformamos en esperanza: «Mira, cariño, hasta el mejor algoritmo necesita personas que sueñen con nuevas formas de ayudar a otros».
Así, sin sermones, les mostramos que lo humano – compartir, crear, consolar – es el regalo que nunca se borrará en la nube.
¿Cómo construir un futuro humano con nuestros abrazos?
Imaginen esto: dentro de veinte años, cuando nuestros hijos sean adultos, ¿qué recordarán de hoy? No la velocidad con que resolvieron un ejercicio en una app, sino la vez que, bajo la lluvia repentina de un septiembre como hoy, corrimos riendo hacia casa con el paraguas roto y cantamos canciones tontas. La noticia que leí subraya algo profundo: las ventajas tecnológicas se esfuman como el rocío, pero la confianza cultivada en familia – ese «puedes intentarlo, estoy aquí» – es un muro que ni el avance más rápido derriba. En nuestras cenas, donde los platos coreanos se mezclan con el vino de la tierra, enseñamos sin palabras que el éxito no es acumular logros, sino regar relaciones. Por eso, hoy decidí algo radical: cada tarde, cuando recogemos a mi hija de ese cole que está a un suspiro de casa, caminaremos cinco minutos extra. Solo para mirar cómo las hormigas construyen imperios en el suelo, o para preguntarle a la panadera cómo hace sus magdalenas.
Porque en este mundo de máquinas inteligentes,
la verdadera revolución será humana: pequeños gestos que dicen «te veo, te escucho, eres importante»
. ¡Y qué poderoso es eso! Más fuerte que cualquier algoritmo, más duradero que cualquier tendencia. Les apuesto: cuando nuestros hijos elijan su camino, no serán las herramientas las que los guíen, sino el eco de nuestro abrazo en sus decisiones.
Source: AI Will Reshape Business. But The Competitive Advantage Is Still Human, Forbes, 2025-09-22
