¿Cómo pueden gastar miles de millones de dólares en robots que no saben agarrar una pelota? Una pregunta que me ronda mientras veo a mi hija jugar con sus bloques de construcción, desarrollando precisión que ni siquiera el más avanzado humanoid puede replicar.
El desafío de la destreza perdida
Imaginen si nuestros peques aprendieran a gatear en solo 3 horas… ¡sería increíble! En contraste, los robots actuales necesitan meses de entrenamiento para reconocer incluso un simple interruptor.
¿Qué nos hace tan diferentes? Y aquí está lo fascinante: mientras los robots luchan con movimientos rígidos, nuestros pequeños disfrutan la magia de crear con plastilina y lápices. La clave no está en los algoritmos sino en la habilidad de integrar la espontaneidad como cuando mi hija mezcla plastilina con sus lápices para crear un triángulo perfecto, solucionando creativamente lo que no le enseñaron en clase.
La destreza va más allá del código; es esa magia de entender nuestro mundo con las manos y el corazón.
La tecnología sin límites
¿Es realmente posible entrenar a un robot humanoide para que juegue al ajedrez con una taza de té? ¿Irán más allá de las rutinas programadas? Las investigaciones actuales, aunque valiosas, aún no consiguen capturar el poder de la improvisación humana que aprendemos desde los primeros años en juegos de azar como el patio escolar.
El futuro en nuestras manos
¿Será un niño de 7 años el modelo que necesitan los robots para aprender a atarse los cordones algún día? La próxima generación podría enseñar a los humanos más que la ingeniería inversa, recordando a esos padres que aprenden origami doblando papel con los ojos cerrados junto a sus hijos.
Y mientras nuestros hijos siguen creando con sus manitas, recordemos que esa capacidad de improvisar y crear es justo lo que los hace únicos e imparablemente humanos.
Fuente: Why Today’s Humanoids Won’t Learn Dexterity, Rodney Brooks, 2025-09-27