
¿Recuerdas esa sonrisa cansada que compartimos mientras pasábamos la aspiradora? Aquella con las migas de galletas bajo los cojines. Y esa ¿pregunta? ¿cómo puede la tecnología que nos abruma también ayudarnos a respirar más? En esos momentos de silencio compartido, cuando la pantalla ya no se siente como una intrusa, sino como una herramienta que nos permite recuperar algo de lo esencial: la mirada de complicidad, la risa espontánea en esas tardes de domingo, el abrazo que no se mide en minutos. ¿Verdad que esos momentos de complicidad son los que realmente importan? Esa es la IA que queremos criar.
¿Se puede aprender a querer la tecnología?
Algo que hemos notado, ¿no? Cuando los niños preguntan ‘¿por qué?‘, a veces nos sorprende sin tiempo para respirar. Pero ¿y si la IA nos ayuda a encontrar la respuesta? ¿O si la historia que nos cuesta inventar a las 10:00 pm se complementa? La tecnología no es esa maestra estricta que imaginamos, sino la que nos permite, como padres, ser más padres.
Pero pensemos en lo cotidiano: ¿no te has topado un día pidiendo a la IA una receta rápida que salve la cena? ¿O a quién no se le ha ocurrido que la canción, la traducción, la ruta para llegar al médico, es posible que la haga en parte una herramienta?
La magia que no se puede automatizar
Te he visto, compañero, y seguro que lo mismo has vivido tú. Cuando el niño tropieza y se levanta, esperando, primero, tu abrazo; y luego la IA ayuda con la traducción de la canción, pero no puede sustituir el calor de tu pecho. El verdadero arte de la crianza es cuando la tecnología ayuda a resolver el problema práctico, pero tú, siempre, tú, resuelves el corazón. Y el dos, como equipo, hemos decidido: la IA no puede sentarse en la mesa durante la cena, pero puede ayudar a organizar, con tiempo, ese momento, para que nos llegue y nos llegue bien con tiempo para la conversación. No te olvides de que la IA puede recordar la lista de la compra, pero tú eres la que sabe qué hacer con el cacao en la cara cuando la traen del colegio, la que esculpe con paciencia la paciencia que no se puede automatizar.
Las reglas que no escribimos en la pantalla
¿Qué hemos aprendido? Hemos pactado, nosotros, como equipo, pero ¿seguro que todos los padres? Que la tecnología es una herramienta, como el martillo o la cuchara, pero no como la mano. Que la usamos, pero no como la que usamos el corazón. Y el equilibrio, como el que nos da la cena, cuando apagamos la pantalla y nos reímos, recordando: como el niño, pide, de repente, que la IA nos diga un cuento de piratas, pero luego tú inventas cómo cambiar el final para que el pirata, en vez de pelear, vuelva con su abuela y le de la mejor receta de galletas.
Esa magia, la que tejemos juntos, es lo que la IA nunca podrá reemplazar—y es nuestra mayor victoria como padres.