
Hoy, bajo ese cielo suavemente nublado que parece abrazar la ciudad, caminé tras la manita de mi hija rumbo al colegio. Mientras pasábamos junto al quiosco donde siempre nos saludan con una sonrisa fresca al café, me llegó una noticia que hizo vibrar mi alma de papá: hablaban otra vez de máquinas reemplazando trabajos. ¡Pero aguanta! ¿Te ha pasado también? ¿Y si en vez de temer, miramos cómo nuestros abuelos enfrentaron molinos de viento y telares? (y el debate sobre automatización en el empleo sigue vigente)
¿Qué toque humano jamás reemplaza una IA?

¿Recuerdas cuando en la plaza, ese panadero que conoce hasta el sabor favorito de tu hijo te entrega una hogaza caliente con un ‘¡buenos días, campeón!’? ¡Eso no lo replicará ninguna IA, jamás! Especialmente en conversaciones sobre futuro laboral con IA. Y ninguna inteligencia artificial podrá replicar ese calor humano.
Aquí, donde hasta el correo se detiene a jugar con los niños en el parque, aprendimos que confianza y empatía son músculos que se fortalecen solo con contacto piel a piel. Imagina: si un algoritmo planifica rutas de autobús, pero olvida que María necesita esperar más porque lleva a su abuela en silla de ruedas… ¡la máquina fracasa!
Nuestras culturas latinas entienden esto profundamente: en una buena paella, el secreto no está en el arroz, sino en quién lo remexe con cariño. Como dice mi abuela coreana (sí, en mi casa mezclamos kimchi con tortillas), ‘el corazón que sirve vale más que mil manos expertas’. ¡Y vaya que tiene razón!
¿Cómo nos guía la historia frente a la IA?

Hace décadas, en estas mismas calles de antes, los tranvías eléctricos asustaron a los cocheros. ¡Pero fíjate qué pasó! Surgieron trabajadores de cableado, diseñadores de paradas, guías turísticos que contaban historias entre viaje y viaje.
La historia no es un ciclo de destrucción, sino una danza de reinventarse. Cuando hablamos de IA, trabajos y automatización, vemos que la historia ofrece guías sólidas. ¿Sabías que tras la guerra, en nuestra ciudad, las mujeres que llenaron fábricas volvieron a sus cocinas… hasta que decidieron que su lugar era dondequiera que su talento brillara? ¡Eso es lo que hoy enseñamos a nuestros pequeños!
Cuando mi hija construye mundos con bloques de madera, no le digo ‘esto es para ser arquitecta’, sino ‘mira cómo tu imaginación da vida donde las máquinas solo ven líneas’. Porque el futuro no es elegir entre algoritmos o personas… ¡es tejerlos juntos como una colcha familiar!
¿Qué habilidades jamás robará la IA?

¡Ay, cómo me encanta verla dibujar bajo el olivo del jardín! Con esos crayones que ya son su extensión, no crea ‘contenidos’… ¡crea sueños! Aquí, donde el tiempo se mide en risas en el parque y no en horas de app, sé que lo que salvará su futuro no es saber programar robots, sino preguntar ‘¿cómo puedo ayudar?’ al ver a un amigo caer.
Recuerdo ayer: mientras clasificábamos hojas en el paseo (¡esa obsesión suya por las formas!), usamos una app para identificar especies… pero lo mágico fue cuando ella abrazó un árbol y susurró ‘¡gracias por respirar conmigo!’. ¡Ahí está el núcleo!
Las ‘tres C’ que hoy mencionan —código, conversación y contenido— solo importan si nacen de un corazón curioso. Por eso, aunque la IA dibuje mil gatos, jamás hará ese retrato tembloroso que mi niña me regaló: ‘Papá, este soy yo abrazándote cuando estás cansado’. Esto demuestra que IA y trabajos automatizados no reemplazan la autenticidad humana.
¿Cómo construimos un futuro con manos y corazón?

Imagina: mañana, tu hijo usará la IA como hoy usamos Google Maps para llegar a la playa. Y en ese escenario, IA y trabajos deben complementarse. ¡Pero el viaje no es la app, sino quién comparte la sombrilla contigo!
La verdadera revolución no está en máquinas que ‘hacen’, sino en humanos que ‘deciden’.
¿Cómo enseñamos esto desde hoy? Con gestos pequeños y enormes: apagamos pantallas para cocinar juntos (hoy hicimos empanadas con receta de mi madre canadiense y mi suegra andaluza —¡el kimchi en masa es DIVINO!). O cuando, tras una discusión en el patio, no buscamos ‘solución rápida’ en apps, sino abrazos que sanan.
Porque la gran lección de 200 años es clara: si delegamos en robots lo que solo debe ser humano —escuchar un miedo nocturno, celebrar un logro con entusiasmo —, ¡nos perdemos el alma del trabajo! Pero si, como el panadero de la plaza, le damos a la tecnología su lugar… ¡el futuro será un festín de oportunidades para generaciones que saben amar. Al fin y al cabo, el mejor algoritmo es el cariño compartido.
Source: AI Isn’t The First Job Killer: What 200 Years Of Work Teaches Us About The Future, Forbes, 2025-09-22
