
¿Alguna vez usaron una aplicación de inteligencia artificial que prometía maravillas en sus anuncios, pero al probarla en la rutina diaria terminó siendo decepcionante? Esa sensación de que el rendimiento de la IA no cuadra con nuestras expectativas es más común de lo que parece. Como padre, me gusta buscar maneras en que la tecnología pueda apoyar el aprendizaje y la curiosidad de mi hija. Sin embargo, cada vez noto más claro que, aunque los sistemas de IA brillan en pruebas controladas, en la vida real se topan con obstáculos muy distintos.
¿Por qué la IA funciona en pruebas pero no en la vida real?

Los padres sabemos que los exámenes escolares no siempre reflejan lo que nuestros hijos saben de verdad. Lo mismo pasa con los benchmarks de inteligencia artificial: aunque sirven como referencia, no representan cómo estas herramientas se comportan en medio de la complejidad de la vida cotidiana.
Hay cientos de pruebas que miden desde precisión estadística hasta comprensión del lenguaje, pero pocas predicen cómo reaccionará un sistema cuando debe lidiar con datos imperfectos, contextos cambiantes y situaciones inesperadas. Un ejemplo famoso fue el de una IA médica que, en lugar de detectar pulmones colapsados en radiografías, aprendió a identificar tubos de drenaje. Funcionaba en el examen, pero no resolvía el problema real. Me recordó a esas veces en que mi hija encuentra una forma ingeniosa de resolver un acertijo, aunque no sea la que el adulto esperaba. ¡Saca adelante la tarea, pero no siempre por el camino previsto!
En definitiva, cuando la IA sale del laboratorio y se enfrenta a nuestras realidades, empieza un aprendizaje conjunto con nosotros, un aprendizaje que ninguna prueba en condiciones perfectas puede anticipar.
¿Cómo influyen los usuarios en el rendimiento de la IA?

Esto es quizás lo más interesante: el desempeño no depende solo del sistema, sino también de cómo lo usamos. Un estudio del MIT Sloan reveló que al cambiar a un modelo más avanzado, la mitad de la mejora no vino de la tecnología en sí, sino de cómo los usuarios reformulaban sus preguntas.
¿La conclusión? Estábamos equivocados al pensar que comprar la herramienta más sofisticada traería automáticamente mejores resultados. Es como cuando creemos que un cuaderno más caro o un lápiz especial harán que nuestros hijos saquen mejores notas. Al final, lo que importa es la manera en que se usa ese recurso.
Para los niños, esto abre una enseñanza clave: en un mundo donde la inteligencia artificial es parte del aprendizaje, saber preguntar bien puede ser tan importante como saber responder. No se trata solo de qué herramienta tenemos a mano, sino de cómo interactuamos con ella.
¿Cómo preparar a los hijos para convivir con la IA?

Esto me hace pensar en cómo estamos preparando a nuestros hijos para un futuro en el que convivirán con sistemas inteligentes. ¿Les enseñamos a memorizar para un examen, o a plantear preguntas que realmente abran caminos de conocimiento, a interpretar respuestas con criterio y a distinguir lo valioso de lo accesorio?
El aprendizaje de hoy ya no es solo acumular datos, sino aprender a conversar con la tecnología, encontrar lo esencial en un mar de información y aplicarlo con creatividad y responsabilidad.
Me sorprende ver cómo mi hija, con apenas siete años, interactúa de manera natural con dispositivos: prueba distintas formas de pedir lo que quiere, hace preguntas, explora. Es como si intuyera que la claridad y la paciencia logran mejores respuestas. Y eso, sin que nadie se lo enseñe formalmente.
Quizás el mayor regalo que podemos darles sea esa capacidad: dialogar con máquinas y personas con la misma curiosidad y empatía.
¿Cómo guiar a los hijos en la era de la IA?

Entonces, ¿cómo podemos guiarlos en este nuevo panorama tecnológico? Aquí algunas ideas que ayudan a encontrar equilibrio en el uso educativo de la IA:
- Fomentar la curiosidad crítica: enseñarles a cuestionar tanto lo que dice un libro como lo que responde un chatbot. Preguntas como “¿Cómo sabes esto?” o “¿Hay otra manera de verlo?” abren la mente.
- Practicar el arte de preguntar: no solo buscar respuestas, sino aprender a plantear preguntas bien pensadas. Es una habilidad que marcará la diferencia en su futuro.
- Marcar límites sanos: la tecnología puede ser poderosa, pero nunca debe reemplazar el juego al aire libre, las risas con amigos o las conversaciones cara a cara.
- Explorar juntos: probar nuevas apps con ellos puede ser una experiencia compartida que fortalezca vínculos y les enseñe a ambos qué funciona y qué no.
Reflexiones finales: ¿Dónde está el equilibrio con la IA?

En un día soleado de verano, después de una tarde de juegos en el parque, mi hija me contó lo que más había disfrutado. No habló de pantallas, sino de los árboles que trepó, las tortugas que vio en el estanque y las historias que inventamos mientras comíamos un helado. Ese recuerdo me dejó claro algo esencial.
Las herramientas, por avanzadas que sean, siempre estarán a nuestro servicio. La IA puede inspirar, facilitar tareas y dar nuevas perspectivas, pero nunca reemplazará la emoción de descubrir algo por primera vez, la risa compartida en medio de un juego o la calidez de un abrazo.
Como padres, no se trata de blindar a los niños de la tecnología, sino de guiarlos para que la usen con criterio, imaginación y, sobre todo, con los valores que queremos que lleven consigo. Porque al final, las tecnologías cambian, pero lo humano permanece.
“Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el principito. Y eso es lo que más importa: que nuestros hijos lo descubran en los momentos sencillos, mirando las estrellas, compartiendo sus miedos y sueños, disfrutando de la presencia mutua.
Source: AI systems are great at tests. But how do they perform in real life?, The Conversation, 2025-08-24 20:10:47
