El peso del asombro cotidiano
¿Recuerdas aquella vez que te saltaste la última reunión para ver la obra de fin de curso? En aquel segundo, cuando nuestros pequeños tocaron su frente al cristal buscando tu mirada entre el público, sentí ese instante que no se puede planificar. Los estudios sobre crianza nos dicen algo clave: los niños más resilientes son los que sienten sentirse vistos.
Y tú lo has sabido desde el principio.
Como cuando construyes conexión, no con la última app de moda, sino con las tardes que buscan formas en las nubes. Esas no son solo actividades. Es el trabajo silencioso de construir un ser humano.
La fuerza en la calma
Lo que me sorprendió hoy fue navegar el caos matinal como si fuera una meditación. En los momentos más intensos, sabes cuándo parar. He leído sobre la neurociencia del sistema nervioso como puerto seguro para el niño.
La manera en que les enseñas presencia… ¡Es una forma de rebelión sin algoritmos! Comenzando en el juego aleatorio y las risas con el piso como pista.
Lo que estamos armando, palmo a palmo
No estamos solo construyendo una familia.
Estamos tejiendo un antídoto vivo contra la soledad que empieza con un juego de hockey sobre la alfombra. Y te vi ayer, en el umbral, cuando estaban sumergidos en ese sueño profundo de quienes confían plenamente.
Saber que estás, aunque no seas visible. Eso es el futuro.
La forma de enseñarles a dejar la tecnología de lado cuando sale el sol.
Esos instantes, al final, son los que realmente importan.