
Anoche, mientras ajustabas la manta sobre sus hombros temblorosos, pensé en cómo tus uñas llevan semanas pintadas con los colores de su bandera imaginaria. ¿Cómo medirían los analistas ese instante donde convirtiste el estruendo en fuera de juego para su juego de mesa favorito? Hay estrategias que ningún manual militar registraría jamás.
Cartografía de lo invisible
Los expertos trazan líneas rojas en mapas, pero tus dedos dibujan caminos seguros entre los juguetes esparcidos. ¿Recuerdas cuando convertiste el sótano en «cueva de tesoros» con linternas y mantas viejas?
Esa noche, mientras afuera retumbaba el mundo, adentro florecían dragones hechos de sombras y risas ahogadas.
Tu arsenal no tiene metales fríos: acumulas mermeladas en miniatura, historias bisutería y esa canción desafinada que repites como himno personal cada mañana.
Economía de lo esencial
Mientras los informes hablan de reservas estratégicas, tú administras el último tarro de cacao como si fuera oro en polvo. Transformas una sola galleta en cuatro «porciones mágica», inventas sopas que son expediciones a países imaginarios.
¿Cómo cuantificarían esos bancos internacionales tu capacidad para estirar un ‘todavía no’ hasta que suena el siguiente amanecer?
Tus manos escriben tratados de paz con migas de pan sobre la mesa de la cocina.
Diplomacia de tazas compartidas
Los cascos azules deberían venir a aprender de tus tácticas. Esa mañana que mediaste la «guerra de los calcetines perdidos» con tres chistes malos y un té helado repartido en cuatro vasos.
Mamá vuelve a nacer.
Tu mejor movimiento: dejar tu café enfriándose para convertir la bañera en océano de barcos de papel. Priorizas su calma antes que tu propio calor, como hacen los buenos generales con sus tropas.
Contraataque con lápices de colores
Por cada titular aterrador, tú despliegas cien actos de creación silenciosa. Dibujaste girasoles en las vendas del pequeño, inventaste el juego de «noticias bonitas para pegar en la nevera».
Tu arte de guerra más fino: ese instante en que conviertes el apagón en función de sombras chinescas, transformando sus miedos en marionetas de luz temblorosa.
Armisticio de sábanas y susurros
Las trincheras tienen muchos nombres. La nuestra se llama «cama familiar los viernes», donde el miedo se desarma con canciones bisiseadas y cuentos interminables.
¿Recuerdas cuando reformulaste la oscuridad como «tiempo de ver estrellas con los ojos cerrados»?
Tus victorias no salen en los periódicos: se miden en centímetros de sonrisa reconquistada, en suspiros que ya no tiemblan, en esa manera que tienes de tejer seguridad con hilos invisibles cada vez que abrazas sus sueños al dormir. Y mientras el mundo cuenta sus pérdidas, nosotros seguimos contando nuestras pequeñas, invencibles victorias.