
Cierras la puerta de la habitación con cuidado, sabiendo el esfuerzo que costó que se durmieran. Y en ese momento… el robot comienza a moverse. ¿Qué nos hace pensar en los adultos de la casa? Quizás sea esa misma concentración en linchar los calcetines antes de salir a la escuela. Al principio, la tecnología era solo un ayudante, pero ahora… ¿qué pasa cuando los niños dicen \»mamá, el robot se cansó\»? Ahí, se nos hace un nudo en la garganta.
Lo que aprendimos de los niños y sus ojos de robot
¿Te acuerdas cuando el peque dijo por primera vez que el robot tenía \»hambre\» al ir a recargarse? Esos momentos… ¡qué tesoros! La lógica de los niños nos lleva a un mundo paralelo donde el robot se convierte en un ritual de enseñanza. La manera en que mi pareja lo usa como excusa para enseñar amor y responsabilidad es algo luminoso: \»Ahora él es el encargado de ponerlo a cargar\».
Los robots limpian, sí, pero el verdadero regalo: esos minutos donde nos encontramos como humanos.
El tiempo robado: esos minutos que el robot nos regala
Y en medio de todo esto… Los tres minutos en que el robot zumba son los tres minutos en que uno se apoya contra la pared y respira. Esos pequeños triunfos. A veces, es un café compartido, sin decir palabras. Otras, son los niños que se abrazan al robot y la pareja que se mira. Nos permite decir: \»ahora, conectémonos\».
¿Un compañero o un amigo? ¿Podemos enseñar a los robots a sentir?
¿Qué pasa cuando los niños dicen: \»no le pegues, está aprendiendo\»? Ahí vemos que no estamos aprendiendo a vivir con robots, sino a redescubrir lo humano a través de ellos. La máquina limpia, pero el verdadero equilibrio:
\»Basta, ahora, el robot no se mueve… y nosotros tampoco, abrazamos\»
Como mencionaban recientemente en Financial Post, esta conexión humano-tecnología está tomando protagonismo — y en cada abrazo compartido, recordamos que lo más valioso es lo que no se puede programar: nuestra humanidad.