
Hoy mientras caminaba con mi hija de siete años hacia la escuela, solo cien metros de casa, noté algo mágico. Cada paso lleno de risas y preguntas ‘¿por qué el cielo es azul?’ me recordaba que el aprendizaje no ocurre en pantallas, sino en las conversaciones que compartimos. ¿Sabes? A veces creemos que la tecnología es la respuesta a todo, pero la vida real, en esos caminos cortos y sillones de pkg, es donde nacen las ideas más creativas.
En un mundo lleno de apps que prometen facilitarnos la vida, a veces olvidamos la esencia: nuestra presencia. Al ver a otros papás en el parque ajustando límites de pantalla, pienso: ¡la tecnología es útil! Pero el verdadero poder está en usarla para conectar, no para desconectar. Recuerdo una tarde en el parque local: mientras mis amigos intercambiábamos consejos sobre cómo equilibrar el tiempo en línea, mi hija corría hacia los columpios gritando ‘¡Papá, mira cómo salto más alto!’ —y en ese instante entendí que la conexión humana es lo que alienta el corazón.
La semana pasada, mi hija quería dibujar un dragón. Mejor que buscar una imagen en internet, me senté con ella y le conté una historia donde un dragón amaba flores en vez de fuego. ‘¿Puedes ayudarme a dibujar las flores, papá?’ —y en vez de abrir una app de dibujo, creamos algo único. ¡Esa conexión, esa creatividad espontánea, es algo que ninguna IA puede reemplazar! Pero sí, las herramientas digitales pueden inspirar; como cuando usamos una app para ver constelaciones en la noche. Siempre con nuestra mano en la suya. ‘¿Ves esa estrella, cariño?’ le decía, señalando con la luz de la aplicación, pero la magia estaba en sentir sus dedos entrelazados con los míos.
Sí, veo preocupaciones en otros padres: ‘¿Qué pasa si mi hijo se queda sin habilidades sociales?’ Pero no te angusties, mi querido amigo. Cada hijo es único, y al crear un equilibrio, les enseñamos responsabilidad con la tecnología, y alegría en lo real. Esto no es fácil —lo admito—, pero es una aventura. La semana pasada, usamos una app para escuchar canciones de artistas locales mientras cocinábamos. Ella eligió una canción en español y bailamos al ritmo. ¡Qué risas! La tecnología se convirtió en un puente para compartir cultura y diversión juntos. Pero después de bailar, apagamos el dispositivo y jugamos en la cocina, haciendo masas con harina y agua, riendo cuando manchábamos la casa… ¡este fue el momento más cristalino de la semana!
¿Y si en el futuro los robots se llevan todos los trabajos? En lugar de temer, enseñamos a nuestros hijos a ser curiosos, a explorar con valentía. Como un viaje emocionante donde aprendemos juntos los caminos que aún no conocemos. La tecnología es un mapa, pero jamás reemplaza la mano que sostiene la nuestra. Porque al final, lo que realmente importa son los momentos en los que compartimos risas, preguntas y descubrimientos como familia. Pero hay una cosa que las máquinas nunca entenderán: ese calor en la habitación cuando, tras un día caótico, abrazamos a nuestros hijos y sentimos que todo supera cualquier desafío.
La tecnología es como el mapa del viaje escolar: guía pero no sustituye la mano que sostiene la nuestra. Cada día, caminando hacia la escuela, recuerdo que la guía más poderosa es nuestro amor. Y en ese camino corto —demasiado corto, según mi corazón— siempre descubro algo nuevo: cómo la vida, en todas sus simplicidades, puede ser más convincente que cualquier algoritmo.
